Carta de Aristeo a su Hijo sobre el Magisterio Hermético .:.
Hijo
mío:
Después de haberte transmitido el
conocimiento de todas las cosas, y de haberte enseñado como debes vivir y
regular tu conducta de acuerdo con las máximas de una filosofía excelente,
después de haberte instruido sobre todo lo que atañe al orden y al conocimiento
de la monarquía del universo, sólo me resta por darte las llaves de la
naturaleza, conservadas por mí con gran esmero.
De entre todas estas llaves la que abre
el lugar cerrado ocupa sin dificultad el más alto rango; es la fuente misma de
todas las cosas y no cabe duda de que Dios le ha dado una propiedad del todo
divina. Para quien está en posesión de esta llave las riquezas se tornan
despreciables, ningún tesoro se le puede comparar. ¿De qué sirven las riquezas
a aquellos que están sujetos a las desgracias que infligen las enfermedades
humanas? ¿Qué valen los tesoros cuando se es derribado por la muerte? No hay
riquezas que sean conservadas cuando la muerte nos atrapa ; pero, si poseo la
llave alejaré tanto como sea posible mi deceso y, además, estaré seguro de
haber adquirido un gran secreto que espanta toda suerte de padecimientos. Las
riquezas están en mi mano, no me faltan los tesoros, huye la languidez; la
muerte tarda cuando tengo la llave de oro.
Ahora, hijo mío, te la voy a ceder como
herencia, mas te conjuro por el nombre de Dios y por su Santo Trono para que la
guardes encerrada en el cofre de tu corazón y sometida al sello del silencio.
Si te sirves de ella te colmará de bienes, y cuando seas viejo o empieces a ver
declinar tu cuerpo ella te aliviará, te renovará, te curará. Pues sucede que,
por una virtud que le es propia, remedia todas las enfermedades, ennoblece los
metales y hace felices a sus poseedores. Nuestros padres nos pidieron bajo
juramento aprender a conocerla y no dejar de utilizarla para hacer el bien al
indigente, al huérfano y al necesitado, haciendo de este comportamiento nuestra
marca y nuestro genuino carácter.
Todas las cosas que están bajo el
cielo, divididas en especies diferentes, tienen como origen un mismo principio,
y este es el aire del que todo fluye. El alimento de cada cosa muestra cual es
su origen, puesto que lo que sostiene la vida es también lo que sostiene el
ser. El pez emplea el agua, el niño mama de su madre, por su vida conocemos el
principio de estas cosas. La vida de las cosas es el aire, éste es pues el
principio de las cosas. Además, el aire corrompe el cuerpo de todas las cosas.
Lo que trae la vida como un don puede
también interrumpir la vida. La madera, el hierro, las piedras, son disueltos
por el fuego, y por él todas las cosas vuelven a su estado primero. Aquí está
la causa de la generación, que también los es por diferentes métodos de la
corrupción. y si sucede que ciertas criaturas sufren, sea por efecto del
tiempo, sea por un caso fortuito, el aire viene ciertamente en su auxilio para
curarlas de su imperfección y de su enfermedad.
La tierra, el árbol, la hierva,
languidecen a veces por exceso de calor, el rocío del aire repara en todos
ellos este defecto. Así ninguna criatura puede ser restablecida salvo por algo
que esté en su propia naturaleza. Y sucede que el aire es el principio
fundamental de todas estas cosas, por lo que puede concluirse que es la única
medicina universal. Sabemos que en él mismo se encuentra la simiente, la vida,
la muerte, la enfermedad, el remedio por excelencia. En él ha encerrado la
naturaleza todos sus tesoros, y los ha comprimido como en un depósito propio y
particular. No obstante, tener la llave de oro es saber liberar esta cámara
estanca para extraer el aire del aire. Pero si se ignora como atrapar ese aire,
entonces es imposible adquirir aquello que cura las enfermedades particulares y
generales, llamando a los metales a la vida. Si deseas expulsar todas las
enfermedades es necesario que busques el remedio dentro de la fuente común.
La naturaleza produce al semejante
sacándolo del semejante y reúne especie con especie. Aprende pues, hijo mío, a
capturar el aire, aprende a conservar la llave de oro de la naturaleza. Todas
las criaturas pueden atrapar perfectamente el aire si conocen la llave de la
naturaleza, sólo si conocen esta llave. El saber extraer el aire del arcano
celeste es verdaderamente un secreto que supera la capacidad del espíritu humano,
un gran secreto que contiene la virtud que la naturaleza ha atribuido a todas
las cosas. Pues las especies se prenden por medio de sus especies semejantes. A
un pez se le coge con un pez; a un pájaro con otro pájaro, y al aire se lo
atrapa con otro aire que lo seduce.
La nieve y el hielo son un aire que el
frío ha congelado, la naturaleza los ha dado una disposición que los permite
poder capturar el aire. Coloca una de estas dos cosas en un vaso cerrado. Hazte
con el aire que se congela alrededor, recogiendo lo que se destila en forma de
humedad cálida en un vaso pequeño y profundo, cerrado, grueso, fuerte y limpio,
de manera que puedas hacer cuánto te plazca, bien los rayos del sol, bien los
de la luna. Cuando el vaso esté lleno cierra bien su boca para que esta chispa
celeste, que está ahí concentrada, no se disipe en el aire. Llena tantos vasos
como quieras de este líquido, atiende a continuación a lo que debes hacer y
guarda silencio.
Construye un pequeño horno, adáptale un
vaso lleno hasta la mitad de aquel aire capturado. Séllalo. Dispón seguidamente
el fuego de manera que suba sólo la porción más ligera del humo, sin violencia,
como hace en la naturaleza en el centro de la tierra, donde el fuego calienta
sin cesar produciendo una circulación continua de los vapores del aire. Que
este fuego sea moderado, húmedo, suave, parecido al de un pájaro incubando sus
huevos. Una vez conseguida esta disposición debes continuar de manera que el
fruto aéreo cueza sin consumirse, agitándolo durante largo tiempo, hasta que
quede enteramente cocido en el fondo del vaso. Añade nuevo aire a este aire, no
en gran cantidad, sino en la proporción que haga falta. Haz de manera que se
licúen ligeramente, que se pudra, que se ennegrezca, que se coagule, y que una
vez fijado, enrojezca. Después toma la parte pura separada de la parte impura
por medio del fuego y de un artificio divino. Toma al fin la parte pura de un
aire crudo, a la que unirás de nuevo la parte pura endurecida. Haz de manera
que se disuelvan, que se unan, que se ennegrezcan ligeramente, que se tornen
blancos, que se endurezcan y que, por último, se enrojezcan.
Aquí termina la obra. Has hecho el
elixir que produce todas las maravillas que has visto. Tienes la llave de oro,
el oro potable, la medicina de todas las cosas, un tesoro inagotable. Así sea.
Amen.
Extraída de la "Biblioteca de los
filósofos Herméticos". Manuscrito de la Biblioteca de Grenoble número 819.
Siglo XVIII. Páginas 183-192. [Transcribed by José Luis Rodríguez Guerrero.]
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